El bienestar higrotérmico en los centros de trabajo

En los centros de trabajo se suele realizar una actividad ligera y sedentaria. En ellos es relativamente frecuente la falta de confort higrotérmico, debido a unos niveles inadecuados de humedad y temperatura. En ese sentido el Real Decreto 486/1997 de 14 de abril establece unos valores límite de humedad, velocidad del aire y temperatura para evitar molestias y disconfort a los trabajadores. Sin embargo existen otros factores objetivos ajenos a la percepción individual de cada persona, como es la ropa o la temperatura media radiante que también influyen a la hora de alcanzar esos niveles de confort.

Con la entrada en vigor del Reglamento de Instalaciones Térmicas en los edificios (RITE), en el 2007 aparece el índice PPD como parámetro cuyo cálculo permite determinar unos niveles de confort térmico adecuados. El PPD así como el PMV en sus siglas en inglés, son índices que garantizan el bienestar térmico general del cuerpo para los trabajos sedentarios y moderados que se desarrollan en lugares cerrados. Cuando ambos índices son los adecuados se considera que se alcanza el confort del 90% de los trabajadores en un grupo numeroso. En este supuesto se considera que todos ellos trabajan en idénticas condiciones ambientales, visten de forma similar y realizan la misma actividad física.

La percepción de la temperatura ambiente es un aspecto subjetivo sobretodo cuando se dan valores intermedios. Cuando es muy alta o muy baja la sensación de calor es la misma para todo el grupo. Es muy frecuente que el malestar térmico tenga su origen en las corrientes de aire, diferencias de temperatura a diferentes alturas respecto del cuerpo, o temperaturas muy altas o muy bajas en la superficie del pavimento.

El método Fanger es uno de los sistemas más empleados para evaluar si las condiciones higrotérmicas de un espacio cerrado como pueden ser unas oficinas, son las apropiadas. Se trata de un método objetivo, que permite calcular numéricamente los índices PMV y PPD, mediante la medición de una serie de parámetros como son la temperatura del aire, la temperatura media radiante, la velocidad del aire, la humedad relativa, el aislamiento de la vestimenta y la tasa metabólica del trabajo que se realiza. Fanger utilizó su método con un grupo de 1.300 personas utilizando una escala con siete niveles desde el +3 (mucho calor) hasta el -3 (mucho frío)

 

Condiciones termohigrométricas

El Código Técnico de la Edificación en su documento básico HS 3. «Calidad del Aire Interior», especifica los sistemas de ventilación que deben emplearse para garantizar unas condiciones de humedad y de calidad del aire aceptables. Estos sistemas deben ser de ventilación híbrida o mecánica y deben permitir que el aire circule desde los locales secos a los húmedos. Esto permite que los niveles de humedad sean uniformes en toda la vivienda.

El confort térmico está asociado a una serie de sensaciones que experimenta una persona al entrar en contacto con el ambiente térmico del interior de un edificio. Por tanto, nuestro organismo interactúa constantemente con el ambiente que le rodea, traduciendo esas sensaciones en bienestar o disconfort. Alcanzar la temperatura de confort en nuestros hogares y centros de trabajo va más allá de obtener una sensación agradable. La Organización Mundial de la Salud asocia el concepto de confort con el de salud, definiendo este último como “el estado de completo bienestar físico, mental y social del individuo y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

La temperatura de confort está estrechamente relacionada con una serie de factores que afectan a las instalaciones de nuestra vivienda y al uso eficiente que hacemos de ellas. El sistema de calefacción tiene la función de mantener la temperatura de confort en los espacios interiores, cuando en invierno la temperatura exterior es sensiblemente inferior. Con un nivel adecuado de aislamiento térmico en la envolvente exterior del edificio, se consigue mantener constante la temperatura de confort. Los sistemas tradicionales como los radiadores o la bomba de calor tienen el inconveniente de acumular en determinadas zonas de la vivienda el foco de calor que acondiciona las estancias. Nuestro organismo es especialmente sensible a las variaciones térmicas, por lo que la sensación de confort que obtenemos con estos sistemas no es del todo óptima. Por el contrario, el movimiento del aire es un factor que contribuye de forma notable a aumentar nuestra sensación de confort. Sistemas como los techos o los suelos radiantes, emplean el movimiento ascendente del aire caliente para que la temperatura interior de la vivienda esté siempre acompañada por una sensación de confort térmico.

Los sistemas de ventilación tienen una incidencia directa sobre las condiciones de confort higrotérmico. Tradicionalmente han sido los sistemas de ventilación natural los encargados de renovar el aire contaminado del interior de las viviendas. Sin embargo, este sistema no garantiza unos niveles de eficiencia energética aceptables, ya que la ventilación se realiza a costa de provocar bruscas variaciones de temperatura, con el consiguiente aumento en el consumo energético. Los sistemas de ventilación que se han desarrollado durante los últimos años, permiten renovar el aire interior sin reducir la eficiencia energética de la vivienda. La ventilación mecánica de doble flujo introduce aire exterior a la misma temperatura a la que se encuentra el aire en el interior de las estancias, gracias a la incorporación de un intercambiador térmico capaz de transferir el calor desde en flujo de aire contaminado que se extrae de la vivienda, al flujo de aire limpio impulsado desde el exterior. Para ello extrae el calor del aire interior extraído y lo transfiere al aire exterior impulsado que entra en la vivienda a 21 ºC, ya que el aire exterior en invierno se encuentra a una temperatura muy inferior. Este mismo proceso, pero de forma inversa, se repite en verano.

 

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